Joseph Conrad –o su alter ego en la novela, Charles Marlow- estuvo solo seis meses realizando su viaje al Congo, de junio a diciembre de 1890, pero este viaje cambió su vida. Dos de sus amigos más próximos, Edward Garnett y G. Jean Aubry, coinciden en que «la experiencia de Conrad en el Congo supuso un punto de inflexión en su vida y resultó determinante para que, tras años trabajando como marinero, se convirtiera en escritor».
Conrad le dijo a Garnett que, durante sus primeros años en el mar, no era dueño de «un pensamiento propio» y que tan solo «era un perfecto animal». Según parece, fue en el Congo donde Joseph Conrad comenzó a pensar. Su único viaje por el río Congo también arruinó su salud; le dejó un legado de dolencias físicas que sufrió de por vida: efectos secundarios, casi letales, de malaria y disentería, que a la larga le causaron, de una forma crónica, parálisis, trastornos nerviosos y gota.
Tal como luego dramatizó en El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad fue contratado en Bruselas en 1890 por Albert Thys, gerente de la recién fundada Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Alto Congo, para reemplazar a un capitán de barco llamado Johannes Freiesleben, que había sido recientemente asesinado, y pilotar un pequeño barco de vapor de ruedas de paleta a través de mil millas (1.600 km) de aguas turbulentas y traicioneras entre Stanley Pool (Kinshasa) y Stanleyville (ahora Kisangani).
Al llegar a Kinshasa, después de tres semanas a pie, Conrad descubrió que el vapor que debía pilotar estaba averiado, por lo que continuó río arriba en el Roi des Belges, un vapor comandado por un joven capitán danés, Ludvig Rasmus Koch. Cuando Koch cayó enfermo, Conrad fue nombrado capitán del Roi des Belges. Durante los siguientes diez días, río abajo, Conrad asumió, por primera vez en su vida, el mando de un vapor.
Diario del Congo: ‘Una avanzada de progreso’ y ‘El corazón de las tinieblas’
En el viaje de regreso, Conrad también enfermó, hasta el punto de que era incapaz de caminar: hubo de ser trasladado gran parte de las doscientas millas que separan Kinshasa de Matadi. Conrad mantuvo un registro preciso de sus impresiones en los dos cuadernos que conforman su Diario del Congo, y después lo reelaboró en dos relatos de ficción: Una avanzada de progreso (incluido en su libro Cuentos de inquietud, 1898) y especialmente en El corazón de las tinieblas (Juventud, 1902).
En una selección de sus últimos ensayos, titulada Geografía y algunos exploradores, Conrad describió la explotación congoleña como «el saqueo más vil que jamás ha desfigurado la historia de la conciencia humana y la exploración geográfica».
El Congo de Joseph Conrad era el Estado Libre del Congo, un vasto y diverso territorio que en 1890 era cualquier cosa menos libre. La desembocadura del río Congo fue «descubierta» por marineros portugueses en 1482, pero el acceso al interior estaba imposibilitado durante cientos de millas por rápidos intransitables que durante siglos resultaron un obstáculo para la explotación europea.
El aventurero angloamericano Sir Henry Morton Stanley, célebre por «encontrar» al misionero Dr. David Livingstone en 1871, descendió la mayor parte del río Congo entre 1874 y 1877 en una expedición de la que fue el único blanco superviviente.
Era tal el grado de destreza del rey Leopoldo II de Bélgica en controlar la maquinaria propagandística, que, en el momento en que Conrad viajaba al Congo, aún no se había filtrado al resto del mundo información alguna sobre los abusos a los que fue sometida la población congoleña.
El primero en denunciarlo públicamente fue el historiador afroamericano George Washington Williams (1849-1891), quien en 1890 se adentró en el Congo poco antes que Conrad. En 1903, un extenso y pormenorizado informe (firmado por Roger Casement, y ampliamente difundido por Edmund Dene Morel, fundador de la Asociación para la Reforma del Congo), que documentaba los crímenes y atrocidades allí cometidos, causaron tal escándalo que el rey Leopoldo pidió una segunda opinión por medio de un segundo informe, supuestamente «independiente».
Si bien este pretendía servir como tapadera, terminó confirmando cuanto denunciaba el primero, y el rey Leopoldo finalmente decidió vender el Estado Libre del Congo al Gobierno belga en 1908. Un año antes de morir, Leopoldo ordenó quemar los archivos sobre el Estado Libre del Congo existentes en Bélgica y en la colonia; solo se han conservado unos pocos materiales en el Museo Real de África Central de Tervuren, a quince kilómetros al este de Bruselas. Por su parte, Adam Hochschild ofrece un retrato rico y perturbador del brutal saqueo y genocidio del pueblo congoleño en su libro El fantasma del rey Leopoldo (ahora de nuevo en las librerías editado por Malpaso), que contiene una amplia bibliografía.
[Oxford reader’s companion to Conrad, Owen Knowles and Gene M. Moore, Oxford University Press, 2000. Fragmento traducido por Carlos Rod y Ángela Segovia].
El corazón de las tinieblas, según Joseph Conrad
El corazón de las tinieblas recibió cierta atención desde el principio, y en cuanto a sus orígenes cabe decir lo siguiente: es bien sabido que los hombres curiosos se entrometen en los lugares más impensables (donde nada les incumbe) y regresan cargados con un variopinto botín. Este relato, y otro que no aparece aquí, son todo el botín que me llevé del centro de África, donde ciertamente nada me incumbía.
Más ambiciosa en su alcance y más extensa en su narración, El corazón de las tinieblas es consecuencia de un estado de ánimo distinto, que no pretendo precisar, pero a la vista está que es cualquier cosa salvo arrepentimiento nostálgico, salvo ternura evocadora.
El corazón de las tinieblas también es experiencia, pero experiencia que va un poco (y sólo un poco) más allá de los hechos, con el propósito, perfectamente legítimo, según creo, de calar en las mentes y los corazones de los lectores. La autenticidad del colorido perdió su importancia, como si se tratara de un arte completamente distinto. Un tema tan sombrío requería una resonancia siniestra, una tonalidad propia, una vibración sostenida, que, así lo esperaba, quedase en suspenso y perdurara en el oído después de haber pulsado la última nota.
[Del prólogo a Juventud, en Notas del autor, de Joseph Conrad, traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, La Uña Rota, 2013].
‘El corazón de las tinieblas’, explorada por Darío Facal
La novela El corazón de las tinieblas, considerada como uno de los grandes clásicos de la literatura, es sin duda una novela clave acerca de la colonización de África por Europa.
Con la novela de Joseph Conrad como telón de fondo y línea argumental, el director y dramaturgo Darío Facal se adentra en la historia de la exploración del continente africano y de la explotación impune de sus recursos naturales desde el brutal colonialismo decimonónico hasta sus consecuencias en la actualidad. Esta versión de El corazón de las tinieblas desde el lenguaje de Darío Facal es un espectáculo total, un ensayo escénico que retorna a la música en directo, la performance, la poética visual y el compromiso moral. Y además, cuenta con grandes interpretaciones de sus protagonistas, Ernesto Arias, Ana Vide y KC (Kees Harmsen).
En la obra de Conrad el marinero Marlow es enviado río arriba en busca de un misterioso personaje, Kurtz, jefe de una explotación comercial de marfil que se ha adentrado en la selva y del que no se tiene noticias. La novela y el viaje de Marlow ayudará en esta puesta en escena a vertebrar reflexiones cruciales sobre el papel de la civilización occidental en la situación actual del mundo sobre la relación que establecemos con nuestra propia moralidad.
En palabras de Darío Facal: “Esta obra nos enfrenta con una de las grandes paradojas morales con las que tenemos que vivir en occidente. ¿Con qué derecho intervenimos en el resto de países y a qué precio?”.