Peter Pan, el inmortal personaje que lideraba a los niños perdidos en el país de Nunca Jamás, sólo le tenía miedo a dos cosas: a las madres, y a que le obligaran a crecer. Lo que nadie le había dicho a Peter es que existe una manera para, siendo adulto, volver a revivir los sueños que teníamos cuando éramos niños. El propio James M. Barrie, autor de la obra de teatro, vivió esta aventura gracias a los hijos de la familia Llewelyn Davies. Hablamos con Rosángeles Valls, directora artística de Ananda Dansa, la compañía que ha vuelto a hacer volar a Peter Pan y Wendy en uno de los espectáculos infantiles en Madrid más aplaudidos, para que nos explique más acerca de esta historia, y os descubrimos el secreto para seguir siendo niños.
El verdadero Peter Pan
James M. Barrie ya tenía un renombre como autor y dramaturgo (el teatro era su gran afición) cuando conoció en los londinenses jardines de Kensington a George, el hijo mayor de los Llewelyn Davies. Desde aquel día, de la misma manera que Peter Pan volaba a la ventana de Wendy para escuchar los cuentos que le contaba su madre todas las noches, George y sus hermanos quedaban cada tarde con su “tío Jim” (como acabaron llamando a Barrie) para escuchar sus historias.
Rosángeles Valls señala que “gracias a esta relación, que le acompañará el resto de su vida –a la muerte de sus padres, Barrie adoptará a los cinco hijos del matrimonio– y que tendrá también un tramo final no exento de amarguras, Barrie vivirá sus días más felices. Con ellos y para ellos creará el personaje de Peter Pan, esa especie de niño-duende que no quería –que no podía– crecer, y le inventará sus maravillosas aventuras; aventuras que acontecen en un mundo ideal, poblado por piratas, hadas, pieles rojas y niños perdidos que, hurtados a la autoridad paterna, buscarán incansablemente una madre que creerán encontrar en Wendy”.
Se suele asociar a Peter Llewelyn Davies, el mediano de los cinco hermanos, con Peter Pan, quien apareció publicado por primera vez en 1902, en una novela para adultos llamada El pajarillo blanco. En total, Barrie le dedicó a su personaje cuatro textos (entre narrativa y teatro), en los que “podemos rastrear la huella que la prematura muerte del hermano preferido y la frialdad con la que siempre lo trató su madre dejaron en el escritor, y que provocarían en él un ansia de reconstruir, idealizada, esa infancia que jamás llegó a vivir con plenitud”; nos cuenta Valls. Efectivamente, para el dramaturgo la niñez no fue fácil, y quizás por eso trataba de volver a ella, y tener una segunda oportunidad.
El síndrome de Peter Pan
Lo cierto es que la obra que creó por y para los Llewelyn Davies determinó el futuro y la carrera del autor: “Aunque Barrie dio a la imprenta y al teatro muchas más obras, ninguna marcó tanto su vida –o, mejor dicho, reflejó mejor su vida, sus anhelos, sus deseos incumplidos y sus decepciones– que la historia de este muchacho venido del reino de la fantasía para reivindicar que la única, la verdadera felicidad se oculta en el territorio, siempre inseguro y huidizo, de la infancia, del que sólo tomamos conciencia cuando finalmente y de modo irremisible la hemos ya perdido”. Barrie se sentía identificado con los Davies porque disfrutaba con ellos, y viéndoles reír volvía a ser un niño.
Hoy diríamos que James Barrie sufría el ‘síndrome de Peter Pan’. Tal es el alcance que ha tenido la obra del británico, que su personaje se ha colado en la psicología popular. Cómo no, en el teatro es un referente que no necesita explicación: “la figura de Peter Pan traspasará las fronteras del tiempo y se convertirá en universal, hasta el extremo de que los derechos de autor que genera su representación todas las navidades en un teatro de Londres, y que se destinan a fines asistenciales, se han visto regularmente prorrogados de modo excepcional. Son muchas también las narraciones que amplían o continúan la historia del personaje, igualmente presente en películas y series de televisión, siendo, de entre las adaptaciones cinematográficas, la más conocida la de dibujos animados de Walt Disney, pero también la que ofrece una visión menos fiel y más edulcorada de este personaje”.
Como nos recuerda Rosángeles Valls, ya lo decía Ana María Matute: «Peter Pan y Wendy es una obra de la que, en buena medida, se apropiaron los niños, pero que no pertenece exclusivamente a los niños, porque tiene tantas lecturas como edades existen y, sobre todo, porque es una obra interminable que no encontrará fin mientras exista la infancia o su memoria».