Alfredo Sanzol se atreve a contarnos sus pecados capitales

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A Alfredo Sanzol nos lo encontramos tocando el piano, y nos mira con cara de no haber roto nunca un plato. Hombre de múltiples inquietudes, el dramaturgo, director y actor dice que le gustaría ser uno de esos genios que “todo lo hace bien”, y nosotros nos preguntamos –a las puertas del estreno de La respiración y con la reciente noticia de su Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid- si no será que, como tantos genios, peca de modestia. Sirva eso como excusa por el que nos robó cuando nos contaba sus pecados capitales:

Alfredo Sanzol, omisión del dolor por optimismo

Alfredo Sanzol no para quieto, pero es pura calma. Una Calma mágica, como el título de la obra que escribió y dirigió para el Centro Dramático Nacional. Magia, porque su intuición destaca en ráfagas de genialidad en las que consigue hacer que todo encaje (la verdad, el tiempo, la literatura). Calma, por sus silencios, que esconden a veces la ebullición de sus pensamientos y otras, la mayoría, son fruto de una timidez casi compulsiva.

La alerta constante de este niño de espíritu responde a una necesidad vital de divertirse: “lo que yo hago tiene un nombre específico en psicología, ‘omisión del dolor por optimismo’. Yo nunca me planteo, por ejemplo, que quizás sólo me quede un disparo, porque me obceco en pensar que le voy a dar a la diana”.

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Nació en Pamplona, pero a veces siente que no tiene patria: “El otro día un amigo vino a explicarme lo que se hacía en sanfermines, a mí, ¡hay que joderse!”. Hoy su casa, debiéramos decir, su refugio, está en Malasaña, reino de las camisas con calaveras estampadas y cuellos de diferentes colores, como la que viste el dramaturgo.

“Soy obsesivo. Tengo síndrome de Diógenes. Soy muy tacaño cuando se trata de comprar cosas pequeñas, pero luego me gasto un dineral en libros. Cuando creo que algo me ha salido bien soy muy pesado, y mis amigos están hartos de mí”. Tras la dura descripción que hace sobre su persona, se encuentra un gran imitador siempre dispuesto a reírse de sí mismo, que se emociona con los niños (especialmente, cuando habla de su hijo Juan) y que, según cuentan los actores (y ahora, amigos) que trabajan con él: “Es un tío sensible. Escucha, se adapta, es sincero y generoso”.

Con la honestidad como punto de partida, Alfredo Sanzol trabaja exclusivamente con material personal. “Si a mí no me mueve, no voy a conseguir que llegue a los demás”, explica, “siempre parto de anécdotas o sentimientos propios. Todos lo hacemos. El que diga que su obra no es autobiográfica, se está engañando a sí mismo.” Así, escribió En la luna, para reconciliarse con su difunto padre, y La calma mágica, en una época en que tenía unas enormes ganas de viajar a Kenia. Sonríe y confiesa: “Es terapéutico”.

Fotos de David Ruano.

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