Seguro que habéis leído más de un artículo acerca de los peligros de la tecnología. Muchos de vosotros habréis compartido ese vídeo poético que nos incita a salir a la calle y mirar a las personas en vez de al teléfono móvil. Alguna vez, incluso, os habéis sorprendido indiferentes ante una noticia que os debería haber impactado… Está claro, estamos sobreinformados, y lo “antiguo” o lo “habitual” ya no nos vale.
Esta búsqueda de lo más original, de lo nunca visto, está también presente en el arte, y en nosotros como público. Nos hemos acostumbrado a ver piezas de arte contemporáneo que nos plantean mil interrogantes, a que los dinosaurios de las películas rodadas por ordenador nos parezcan más reales que los actores humanos, a que las obras de teatro incluyan en la experiencia dramática el lugar donde se representa…
¿Por qué entonces unos simples dibujos animados se han convertido en un fenómeno fan? ¿Y por qué seguimos acudiendo a los espectáculos de danza hasta agotar las entradas?
Porque nos emocionan
Si la mayoría de vosotros ha soltado un ‘ohhhhhhhhhh’ cuando ha visto este vídeo, no os preocupéis, es completamente normal. Los Minions son seres adorables, y en eso se basa su éxito. Más allá de su diseño, o de la calidad de la animación, nos conmueven.
Con la danza pasa exactamente lo mismo. El virtuosismo de una primera bailarina ya no se mide por el número de fouettés que sea capaz de realizar, sino también por su expresión, por su gesto, y por el sentimiento que transmita.
En esto tuvo mucho que ver Isadora Duncan, la impulsora de la danza moderna y del ballet neoclásico. Los coreógrafos neoclásicos continúan utilizando la técnica y el vocabulario del ballet clásico, pero crean nuevos movimientos, con los que poder expresarse mejor. Grandes clásicos como El lago de los cisnes se olvidan del tutú y se acercan al público, directos a conquistarlo.
Porque nos sorprenden
El factor sorpresa es el que nos hace reír, y el que nos deja con ganas de ver más. ¿Quién se esperaba que los Minions fueran también futbolistas, y que protestaran una tarjeta amarilla al grito de “¡Macarroni! ¡Spaguetti!”?
De la misma forma, hace unos años que venimos sorprendiéndonos y quedándonos con ganas de más “flamenco contemporáneo”. Nos gusta, porque no nos esperamos, por ejemplo, que sea un hombre quien baile con mantón de Manila o maneje una bata de cola? Los jóvenes flamencos como Rocío Molina o Manuel Liñán, mantienen un ojo en los clásicos, pero no le cortan las alas a su libertad artística, dando lugar a lo inesperado.
Porque fusionan estilos
Batman, Wolverine, Yoda, Katy Perry… Los hemos visto caracterizados como muchos otros personajes, ¡los Minions son muy polifacéticos!
La versatilidad y la multidisciplinariedad se ha convertido también en el mantra de las compañías de danza más prestigiosas. Pongamos como ejemplo al Australian Dance Theatre, que incluye en sus entrenamientos diarios (además de clases de ballet), yoga, break dance, acrobacia…, técnicas que después incluyen en sus espectáculos.
Pero no hace falta irse tan lejos para hablar de compañías que integran diferentes disciplinas. En Europa podríamos citar a Wim Vandekeybus, que hace danza-teatro; la compañía DV8, teatro físico; Sharon Fridman, que practica danza a partir del contacto, o Daniel Abreu, Premio Nacional de Danza 2014, y uno de los investigadores que ha pasado por el Centro Danza Canal para desarrollar su proyecto coreográfico.
Los límites se difuminan. Los géneros y las artes se tocan. Todo (o casi todo) vale a la hora de conquistar al espectador y provocar que, durante una hora y media, desconecte de las noticias, de la tecnología, de los teléfonos móviles, e incluso de los Minions.