En una agradable ‘pecera’ con sitio para tres taquilleros se encuentran las taquillas del teatro del Canal. Ahí se venden las entradas para los espectáculos, aunque en realidad, después de compartir con dos de ellos un par de horas de trabajo, no lo resumiría simplemente así. Para muchos, los taquilleros son psicólogos, adivinos o incluso responsables del teatro y de los precios, del montaje en cuestión y hasta del aparcamiento. Ana, Mila y Juan se lo toman con filosofía, y es que no les queda otra.
Las taquillas del teatro parecen un confesionario
También hay señoras despistadas con la fecha y que cambian las entradas dos, tres o cuatro veces; incluso hay gente que no sabe de qué va la obra para la que quieren comprar las entradas. “Nos piden consejo, pero es muy difícil porque cada uno tiene sus gustos”, explica Ana. Cuando sí suelen orientar es a la hora de elegir asiento para tener la mejor visibilidad posible. “Parece un confesionario, nos cuentan su vida y claro, no quieres decirles nada para cortarles, pero a veces hay cola…”, recuerda Mila entre risas.
Trabajan siempre por las tardes, a partir de las 14.30 horas, y tienen clientes a los que ya conocen porque son habituales. Siempre hay dos trabajando, hacen turnos, menos los viernes, que está el equipo al completo. “En general, es más la gente estupenda que la de las malas contestaciones”, explica Mila, que trabajó en las taquillas del Teatro Albéniz antes de llegar a los Teatros del Canal cuando se inauguraron 2009. En sus 12 años de experiencia ha notado una diferencia: “A la gente ya no le da vergüenza venir sola al teatro, antes sí, pero ahora hay mucha gente que lo hace”. Les parece una opción estupenda, “no hay que quedarse sin ver una obra que te guste porque no tengas quien te acompañe”, opinan. Y no pueden tener más razón.
Entre las anécdotas que me relatan durante mi rato de ‘encierro’ en estas taquillas, recuerdan la de los extranjeros que preguntan si hay que vestir de etiqueta para las representaciones más clásicas, los que se enfadan porque es muy difícil aparcar por la zona, los que quieren tener descuento cuando no les corresponde, o una señora de las habituales que cada vez que compra una entrada no se va sin contarles un chiste “picantón”. Incluso les ha aparecido algún admirador, recuerdan entre risas. La venta de entradas online ha cambiado parte de su trabajo; ellos organizan los asientos comprados por internet, por ejemplo, pero aún hay personas que “no se fían” del proceso y les preguntan si lo que han impreso son realmente entradas o si tener el documento en el móvil es suficiente.
Tienen días más tranquilos y otros en los que no pueden parar. Lo mejor es el buen ambiente que se vive dentro de ese espacio que dispensa cultura y ellos, de paso, se empapan de lo que supone tener a grandes músicos, actores y bailarines a escasos metros de distancia.
Fotos: Jaime Villanueva