“La gente tiene pasta y siempre se la gasta comprando obras de arte sin criterio y con total impunidad” canta Ferran González, el actor que interpreta al artista Piero Manzoni en el musical Mierda de Artista. Nosotros nos preguntamos ¿es eso cierto? ¿Ha perdido el norte el mundo del arte contemporáneo? ¿Quién decide lo que es arte y quién pone los límites?
¿Cómo sé que algo es arte?
No somos los únicos en hacernos estas preguntas, ni mucho menos fuimos los primeros. Podríamos decir que toda esta controversia en torno al arte comenzó en 1917.
Hasta entonces, los críticos de arte se habían hecho preguntas formales a la hora de evaluar una obra: el color, la perspectiva, el movimiento… eran los conceptos a tener en cuenta. Pero cuando Marcel Duchamp presentó su obra La fuente a la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes en Nueva York, obligó a los expertos a hacerse otro tipo de preguntas, de carácter casi filosófico. Entran en juego la ontología (¿Es esto arte?), la epistemología (¿Cómo sabemos que es arte?) y se cuestiona la institucionalidad (¿Quién dice que esto es arte?)
Con Duchamp y su urinario se abrió la puerta artística al todo vale: la idea y la elección cobraron importancia por encima de la manufactura de la obra de arte. Haber sido creada desde cero no le añadía más valor a una obra de arte contemporáneo; por el contrario, apropiarse de un objeto que tenía un uso concreto (o del trabajo de otro artista) le aportaba un nuevo significado, lo revalorizaba.
1. ¿Qué forma adopta el arte?
Ay, amigo, esto hubiese sido mucho más fácil hace unos cuantos siglos, cuando el arte se dividía en arquitectura, pintura y escultura… En el arte contemporáneo prima la multidisciplinariedad, y las líneas que delimitan las técnicas son mucho más difusas. Videoarte, performance, happenings y arte electrónico se han sumado al panorama artístico actual, lo que ha contribuido también a que el arte sea mucho más efímero. Aunque también hay performances como La artista está presente, de Marina Abramovic, que obligan a la artista a estar sentada durante 716 horas y media….
2. ¿Cuánto vale el arte?
En 1937, los nazis montaron una exposición que titularon Arte degenerado y a la que acudieron cerca de tres millones de personas. En ella se exhibían trabajos de artistas judíos y de vanguardia, enfrentándolos al “arte heroico”, más cerca del convencionalismo tradicional. Artistas como Chagall, Kandinsky o Munch fueron considerados degenerados.
Entre las muchas connotaciones destructivas de la exposición, los comisarios mostraban obras de vanguardia al lado de obras de enfermos mentales: el arte contemporáneo se consideraba así algo fruto de la enfermedad. La exposición no explicaba las intenciones del artista o su trayectoria, (de hecho, esto no empezó a hacerse en las exposiciones hasta hace relativamente poco), pero sí indicaba el precio que el estado alemán había pagado por dichas obras, a su parecer, desorbitado. Los nazis consiguieron así lanzar una nueva pregunta: ¿cuánto vale el arte?
3. ¿Cuál es la función del arte contemporáneo?
Poderes mágicos (como los que se atribuían a las pinturas rupestres), documentación de la realidad (primero mediante la pintura, después con la fotografía) o puro goce estético, al arte se le han atribuido diversas funciones a lo largo de la historia.
Parecería, sin embargo, que hoy en día imperan en el arte contemporáneo las obras que buscan una crítica social. Tal fue el caso de Santiago Sierra y su instalación en el pabellón de España en la Bienal de Venecia de 2003: el artista tapió la entrada principal, dejando acceso sólo (por la entrada posterior) a aquellos que presentasen un pasaporte español. Los propios miembros del jurado internacional de la Bienal se quedaron fuera, en una crítica a la política de extranjería del estado español.
4. ¿Me están tomando el pelo?
No. La mayoría de las obras de arte contemporáneo tienen un por qué, un para qué y un cómo. Hasta los “tiburones en escabeche”, las “camas deshechas” y los “futbolistas durmiendo”. Eso sí, no quita para que algunos artistas estén buscando provocar o incluso indignar al público… ¿Sería eso lo que pretendía Piero Manzoni?