Historias del funcionamiento de un teatro

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¿Cómo es el funcionamiento de un teatro? ¿Cuál es su engranaje? ¿Qué pasa si lo abrimos, como si fuera un reloj? ¿Qué piezas encajan y cómo lo hacen para que el telón siempre se levante correctamente en cada función? Para responder a todas estas preguntas hice lo más lógico, acudir a la principal fuente, el director de un teatro, en este caso de los Teatros del Canal, Albert Boadella. Me recibe en su despacho, en un hueco de su apretada agenda y nos sentamos a charlar durante un buen rato.

El funcionamiento de un teatro

¿Qué motivos le llevan a programar una obra y no otra?

Los proyectos se seleccionan en función de la calidad, de lo que nos parece más propio de un teatro público; también tenemos en cuenta la variedad de géneros y que no haya repetición de autor, de temática… Alternamos mucho: comedia, tragedia, vamos de lo moderno a lo clásico, de la danza a la zarzuela, pasando por la ópera y hasta el cabaret. Nos llegan muchísimos proyectos, pero también hay cosas que nosotros vemos y nos interesan; entonces hacemos una propuesta, aunque esto es lo que menos ocurre.

¿Pero puede una compañía desconocida llegar a sus escenarios?

Sí, puede que no de gente que acabe de empezar, pero sí poco conocidos. Hay una parte de riesgo y eso tiene que hacerlo un teatro público. Una orquesta con un coro y cantantes sobre escena solo lo puede hacer un teatro público. Un teatro privado no puede montar la zarzuela Viva Madrid que tuvimos la temporada pasada. Hoy en día, no existiría la ópera sin los teatros públicos.

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Un momento del espectáculo de zarzuela «Viva Madrid»

¿Cómo se consigue cuadrar una cartelera tan variada?

Como es un teatro que pagan todos, debía ser del gusto de los contribuyentes. Con unos mínimos de calidad hay una gran variedad. Al mismo tiempo, tenemos un concepto social del teatro; por ejemplo, que pueda venir toda la familia. Esto tiene una enorme ventaja, y es lo que quise desde el primer día de mi trabajo aquí. Me refiero a lo que yo llamo la “contaminación de los públicos”. El espectador toma la costumbre de ir a un teatro, a lo mejor va porque le gusta una comedia, pero como se ha acostumbrado a ese espacio, mira a ver qué hay la semana próxima. Y puede que no haya ido nunca al ballet, pero aún así acude y se aficiona.

Es cierto, me he encontrado con muchos habituales de estas salas y están como en su propia casa…

En Madrid los teatros tienen su clientela. Y se acostumbran al paso de teatro convencional a uno vanguardista. Aquí no se ha hecho un teatro público “de autor” (el teatro con un director que programa a su gusto). En general, más o menos, es de mi gusto, pero a veces hay cosas que yo no iría a verlas, aunque me parecen interesantes.

¿Cómo funcionan estos teatros? ¿Quiénes los componen?

Los Teatros del Canal funcionan porque hay una administración que tutela económicamente y aporta los medios desde la Comunidad de Madrid. Ellos nombran a una persona que es la que tiene que mantener la esencia del teatro; me nombraron a mí y me encargaron una programación acorde al teatro público bajo mi criterio. Sacaron a concurso la estructura de funcionamiento del teatro y es la empresa Clece la que organiza los servicios. Cuando decidimos que una obra es interesante, miramos calendarios, presupuestos y cuando está programada comienza a trabajar el departamento de promoción. El teatro que no tenga una promoción excelente tiene el riesgo de quedarse en nada. El bombardeo de los medios es feroz en todos los aspectos y eso lo convierte en el departamento estratégico de un teatro. Y luego por supuesto, los técnicos, las sastras, los de limpieza…

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La sastrería de los Teatros del Canal

Una cita muy especial

Para terminar de vivir la experiencia de comprobar ‘in situ’ el funcionamiento de un teatro, acudo a una cita muy especial. Una compañía va a presentar su montaje a Rocío Casado, asistente de Albert Boadella. “A todas les contestamos y a las que podemos, las recibimos”, me explica. La obra que le presentan parece que sería una opción para programarla en la Sala Negra, genial espacio para compañías menos conocidas.

“Nos debemos al público, de todas las edades y gustos”, les recuerda a la pareja, que presenta el proyecto con una mezcla de ilusión y profundo respeto. Hablan del montaje y las necesidades técnicas que tendría, también les recuerda que el máximo es de cuatro o cinco semanas. Les pregunta por otros lugares en los que han hecho representaciones, cómo funcionaron, etc. También hablan del teatro, la conversación fluye y finalmente, tras enseñarles las instalaciones, les pide un DVD para poder ver su trabajo, aunque ya tiene una ficha con todos los datos necesarios. No dejan al margen las cuestiones económicas; el caché queda solo para las compañías gigantes, el resto lo hace “a taquilla”, lo que significa que la compañía se queda con el 80-90% de lo recaudado por las entradas. Los autores se despiden del teatro soñando seguramente con la posibilidad de llevar a sus tablas lo que tantos años de esfuerzo les ha supuesto.

Fotos: Tozani / Jaime Villanueva  

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